lunes, 19 de diciembre de 2016

Duelo de sombras 3


Anfitrión: Siniestro Dr.  Mortis



DUELO  
DE  
SOMBRAS  3








Advertencia:  Hay  una  falla del Blog que  destaca  con blanco un sector  del texto. Ignoramos  a  qué  se  debe  y cómo quitarlo. Si alguien  tiene  alguna  idea, se  lo agradeceríamos.

Sinopsis:  En el capítulo anterior,  vimos  cómo  Batman  se  enfrentaba  a  la  brutalidad  de  los  seguidores del ser  al que  llaman “Maestro”.  Gracias a  Pregunta  logra encontrar  a  un informante, nada  menos  que  un clérigo, el Padre  Patrick Libby, quien  le  revela  la  verdadera  naturaleza  de  su enemigo,  además  del  su verdadero nombre ¡Mortis!


I
Si observamos la naturaleza de las cosas, fríamente, sin apasionamientos ideológicos, sin pre-comprensiones filosóficas, nos percataremos que, en el inicio de todo movimiento existen dos oscuridades, dos gemelas idénticas que, por descuido o desidia, pasan inadvertidas a los habitantes de este mundo. Son, realmente, dos entidades antagónicas, enemigas irreconciliables que buscan la dominación de la otra, y de ser posible, su destrucción. No son dos caras de la misma moneda, ni dualistas entidades inseparables, imposibles de vivir la una sin la otra, propias de un universo maniqueo; son más bien, desde un eón ya olvidado, competidoras por el más difícil de los tronos: el siempre veleidoso y a la vez fecundo corazón humano.
La primera Oscuridad, hija del odio y la desesperación, se abre paso entre los recovecos más inhóspitos del alma humana. Instala su residencia junto a los dolores más profundos que guarda nuestra memoria, como una rémora hambrienta que se alimenta de nuestras esperanzas y alegrías, reduciéndolas, quitándoles su brillo, diluyendo su sabor y poder curativos hasta dejar solo una sequedad infértil, un espacio vacío donde depositar su impía camada. Comienza su labor maldita aprovechando alguna pérdida profunda, o un anhelo persistente, insatisfecho y voraz, un argumento fallido insuficiente para sostener la obligación y el deber. Entre el vacío y las tormentas de la confusión, propias de nuestra naturaleza caída, esta Oscuridad levanta un muro de sólidas razones, tanto creíbles como increíbles, logrando separar, tras el golpe incesante de las mareas y ventiscas del fracaso, a la razón de la locura, al amor del miedo, a la risa del rictus, para, de esta manera, debilitar la influencia de la luz, la melodía y el regocijo que nos entrega la vida. Sus infames vástagos, lagartos golosos llenos de brutalidad, devoran con fruición las pocas flores del campo de la infancia, las escasas madreselvas de la mocedad hasta dejarlo todo convertido en un yermo infecto con las pestilencias de su digestión enfermiza. Entonces llega el momento, aparece la oportunidad perpetrada, cuando de no poder dar nada, lo anhelamos todo, lo exigimos todo. Ya imposibilitados de amar, nos dejamos amar por cualquiera, incluso por la muerte misma. Para esta Oscuridad, somos presa fácil, pues el trabajo lo hemos realizado casi todo nosotros mismos. Y en el afán de ser amados por última vez, damos lo único que nos queda, la única posesión de valor que hemos reservado: nuestra dolorida, maltratada e inocente carne.

 La segunda Oscuridad, dispara sobre el alma humana un brutal fuego
purificador, una erupción llena de aparente desolación y catástrofe, que deja a la razón y al espíritu, sumido en un marasmo tan intenso y doloroso, que para muchos es el inicio de la desolación definitiva. Sin embargo, frente a la misma demencia, oponiéndose a la misma fuerza de la imparable y todopoderosa sin razón, esta Oscuridad aguijonea al titán dormido, al noble león enjaulado, al águila perdida, a despertar de su insoportable letargo, a levantar el luminoso símbolo de bronce en medio del desierto lleno de mortales serpientes, y entonces, lo obliga a erguir un motivo, un sol nuevo en el tenebroso reinado de la muerte. Esta Oscuridad, acompaña al nuevo señor de este reino reconquistado, le advierte de los sempiternos peligros, le anticipa las cicatrices, lo despierta del ensueño y lo aconseja en la decisión. Propone nuevos parámetros, profetiza sobre el curso de la historia, aplasta junto al nuevo monarca a las alimañas porfiadas e infecciosas que insisten en quedarse, en interrumpir y retrasar la gloriosa travesía hacia la plenitud. Y entonces, cuando lo tenemos todo, como acto supremo, como el signo más irrefutable de nuestro dominio, lo compartimos todo entregando lo único que sostiene toda nuestra loca, frágil y convencida soberanía: El amor a la vida.

En ciudad Gótica, este es el duelo que sus inocentes habitantes, sin saberlo, están presenciando. Dos guerreros, cada uno desde un lado del campo de batalla, a punto de mirarse a los ojos y definir el curso de la ciudad más tenebrosa del mundo.


II
Las señales estuvieron ahí. Difíciles, imprecisas y hasta imposibles, pero estuvieron ahí. Los noticiarios no perdieron su tiempo en anunciarlas, los
periódicos no las comentaron y, por cierto, más de algún testigo prefirió guardar silencio ante el riesgo de ser considerado un pobre y completo demente. Porque ¿quién pondría atención a los delirios de dos borrachines desocupados que en el muelle vieron cómo salían del mar a seres repulsivos con cierta apariencia antropoide que avanzaron hacia la primera alcantarilla para desaparecer sumergiéndose en ella? ¿O quién consideraría siquiera el relato del viejo Connors, cuidador del cementerio Principal de Gótica, que aseguró a su supervisor haber visto a una niña, blanca como la nieve, tomada de la mano con un simio, y que juntos recorrían las tumbas y mausoleos? O ¿quién repararía en un enfermo que apenas se mueve y que de vez en cuando algunos lo vieron devorar los restos de animales en los basureros? Y ¿quién pondría atención a la desaparición de los callejeros, hijos del olvido y el hambre?... Pero sí hubo uno, El Justiciero de Gótica, y por allí comenzó la atención de las fuerzas oscuras que poco a poco tejían una telaraña a su alrededor. Las señales estuvieron ahí.

La sombra del hombre se alargaba huyendo del molesto farol que alumbraba la esquina. Iba vestido formalmente, con un sobretodo de alas levantadas y un sombrero que lo ocultaba de cualquier mirada indiscreta. A esas horas nadie transitaba por la calle así que logró sacar la tapa de la alcantarilla sin dificultad y sin ser visto para luego perderse en las profundidades apestosas de las cloacas de Gótica. Apenas una pequeña linterna lo guiaba, disputándole espacio a las voraces y enormes ratas que lo miraban con evidente furia.

- ¡Maestro, Maestro! ¿Dónde estás?

No gritaba, pues sabía que aquel a quien buscaba podía escucharlo a través de los túneles laberínticos que ahora sorteaba. Sabía que aquel ser al que reverenciaba podía identificarlo, podía distinguirlo entre el bullicioso caer de los desperdicios y el ruido insoportable que llegaba desde las calles.

-¡Maestro, tengo algo muy importante que decirte!

Caminó unos metros, fue así que escuchó ese ruido gutural e inquietante que le congeló la espalda. Eran los “otros” hijos del Maestro, aquellos elegidos para formar parte de su ejército insaciable y que maduraban poco a poco al cuidado de las pestilencias que aquella agua corrompida llevaba al indefenso mar.

-¡Maestro!, ¿puedo entrar?

Desde la profundidad de la cloaca, el hombre escuchó una oscura y a la vez seductora voz:

- ¿Qué sucede, hijo mío? ¿Qué puede ser tan urgente?

- Maestro, el Hombre Murciélago sigue preguntando. Ya no está solo, tiene un poderoso aliado, un amigo suyo quien le ha traído a uno de los hombres del signo. Es peligroso, Maestro.

- ¿Y qué es lo que sabe?

-Vino preguntando acerca de las nobles hijas que se han entregado a la causa. Ahora mismo se encuentra con el hombre del signo y su aliado tratando de comprender qué pasa. Temo que estén hablando de ti, Maestro. Tu invisible presencia será revelada al Defensor de Gótica. Y entonces…

- Ya, ya, hijo mío, gimoteas con decepcionante agitación. ¿No sabes quién soy?

- Sí, noble Maestro, no dudo de tu fuerza... es que… he visto al Caballero Oscuro derrotar a tantos, tal vez su triunfo…

- Y tú, pequeño ¿qué sabes del triunfo? Mira a tu alrededor, fíjate cómo se alimentan tus hermanos, cómo cada vez se hacen más fuertes.

El hombre miró y con la débil luz de su linterna logró observar a un número impreciso de figuras que alguna vez fueron humanos, los vio devorar la carroña que les traía el fluir inmundo de las aguas muertas de la alcantarilla, consumían con desesperada fruición, con enojoso deleite aquellas migajas pestilentes que la ciudad les ofrecía.

- Pronto tomarán su lugar en la superficie, pronto esparcirán por calles, avenidas y casas la fuerza irresistible de mi voluntad. Por cada mordida que den en la carne viva de los insolentes habitantes de Gótica, mi ejército se acrecentará y desde aquí llegaremos al resto del mundo.

- Y yo, Maestro, ¿cuándo seré parte de tu milicia? ¿me darás un lugar a tu lado?

El hombre cayó de rodillas, sollozando con la cabeza inclinada sin decir palabras. Entonces, desde la profunda oscuridad emergió una extensión de sí misma, apenas perceptible, que se acercó al sujeto. Algo similar a una mano se posó sobre él diciendo:

- Tráeme una ofrenda, hijo mío, y verás cómo recompenso a quienes me sirven bien.

- Sí, Maestro, eso haré, estarás orgulloso de mí.

El individuo se puso de pie y volvió sus pasos hacia la alcantarilla. Detrás, una risilla siniestra llenaba lo ancho del horrible albañal.

III

Los vio desde la otra esquina. El hombre del signo, el Murciélago y aquel que no tenía rostro. ¡Cómo osaban criaturas tan miserables oponerse a los deseos del Maestro! Por fin tenía un propósito, un verdadero sentido, una cruzada que le había devuelto a este mundo con verdaderas noticias del más allá. Le debía todo al ser que llamaba su Maestro y no dejaría que nada ni nadie se interpusiera.

Recordó el día en que decidió terminar con todo. Su aburrido trabajo, su inútil labor social, su insufrible matrimonio, todo le parecía una mala broma, una insoportable burla de la que tenía que escapar. Así, una noche, listo para volarse la cabeza, en el máximo despliegue de valentía del que le fue posible, con una tenue voz que lo conmovió hasta lo más profundo…, El le habló.

Sí, le habló con una belleza inconmensurable, con respeto, con una delicadeza artística solo posible a espíritus superiores. Sus palabras llenaron el vacío de su corazón, abrieron las cerradas cavernas de su tristeza para ofrecerle un motivo, un propósito inesperado, una misión tan inesperada, que su entendimiento estalló de alegría.

-Hijo mío, ¿a quién sirves? – fueron sus primeras palabras.
- Al mundo, al ser humano.

- ¿No lo ves, hijo mío? La pobreza en la que tus hermanos se encuentran, la escoria que les sirve de hogar, no son más que migajas de la verdadera existencia a la que han sido llamados.
- ¿Cuál es esa existencia?

- ¡La eternidad de la muerte, la soledad infinita, la madurez absoluta!

- ¿Y cómo viviremos semejante existencia?

- En la fortaleza de la carne, porque sólo huesos y sangre tienen la fuerza del devenir. Confía en mis palabras, trae a otros a las oscuras cimas de la liberación, y verás cómo la tiniebla te acoge y sana tu dolor.
Y lo hizo. Trajo para el Maestro a los desposeídos, a los torturados, a los despreciados de la calle, a aquellos que nadie recuerda, a los que se pierden para siempre en el rincón de un puente o en la fría sombra de una alcantarilla. A esos, su Maestro les dio tanta vida, que estuvieron dispuestos a perderla y cuando lograron estar listos, caminaron entre los habitantes de Gótica, sin apenas ser vistos.

Supo que las promesas del Maestro, eran ciertas.

Muchos se le unieron.

Debía intervenir con cuidado, por eso fue a advertir a su amo y señor sobre el pequeño ejército que parecía oponérsele. Como sea, debía asegurar el éxito y así el Maestro le mostrará su gratitud. Volvió a la superficie, urdiendo planes contra el Hombre Murciélago.


IV

Esa misma noche, Batman permaneció revisando el material que el clérigo le había entregado. Su mente, saturada de información, trataba de ordenar en claros términos, la espantosa revelación que se le estaba entregando. Para contar con un respaldo, grabó sus reflexiones:

 “Hablamos de la existencia de un ser tan poderoso, tan mortal e inteligente, que casi se diría que se trata de una deidad. De hecho, algunas culturas lo identificaron con el dios Báfomet, divinidad siniestra que se gozaba en ser llamado “Padre del Templo de la Paz de Todos los Hombres”, quien a su vez sería asociado con cultos satánicos. Tal relación sería indebida, ya que no se trata de un demonio en el sentido religioso de la palabra. En efecto, a este ser se le puede vencer con la religión, pero también con la ciencia. De acuerdo al padre Libby, el error por centurias fue que ambas formas de conocimiento no se unieron para acabar con el monstruo, de hecho cuando en el siglo XX el C.E.E.H. y la Iglesia Católica se aliaron para detenerlo, solo entonces se logró confinarlo en lo que se llamó el “sarcófago de marfil”. En algún momento, dicha entidad habría sido capturada y enviada al espacio, pero por razones desconocidas se le trajo de vuelta. Su confinamiento se mantuvo en secreto aunque trascendió que se hallaba en alguna de la infinitas islas del sur de Chile. Dicho lugar fue conocido como Isla M.
A este ser se le atribuyen las más terribles de las acciones contra la humanidad, siendo comprobables, la creación de los vampiros, licántropos, zombis, mutantes, anti-hombres e incluso alguna que otra manifestación extraterrestre. Se le relaciona con la criatura de Víctor Frankenstein, la jauría de los Valeris, el autómata de Hoffman, los musgantropos, los crímenes de la Rue Morgue y algunas de las más repulsivas atracciones de Barnum.

Posee una pléyade de incondicionales seguidores conocida como “La Cofradía”, quienes están dispuestos a entregar su vida con el único propósito de complacer a su líder, a quien llaman “Maestro”. Este ser parece tener un control casi religioso sobre sus incondicionales, ignorando hasta el momento qué es exactamente lo que él les ha dado o prometido a cambio.

Disfraza su presencia con anagramas de su nombre Mortis, por ejemplo, Tyss Morgan, M. S. Ryot, Barón de Ist Mohr, Doctor Sitrom, Mitros, Tormis y muchos que ni siquiera imaginamos.

Ahora bien, se sabe que la Cofradía logró encontrar la isla M y que ha liberado al monstruo, entonces ¿cuál es el siguiente movimiento? ¿Intentará una vez más destruir la vida en este planeta? ¿Acaso Ciudad Gótica está en la mira de este ser aterrador? ¿Cómo enfrentarlo, cómo se detiene a la muerte misma?”.

En ese momento de profundas reflexiones, el encapotado miró el particular objeto que había dejado encima de su mesa de trabajo. Era una cruz de colgar, que el anciano clérigo le entregó antes de separarse.

“­- Herr, Batman, acepte este humilde obsequio.
- No creo en talismanes, padre Libby.

- No es un talismán, véalo como un recurso. Ciencia y religión, ciencia y religión”.
        
El cansancio terminó por rendirlo.

         Intranquilos sueños poblaron su descanso. Era como si su mente, siempre en acción, estuviera anudando oscuros e inquietantes hilos, tejiendo una red mortal no solo sobre su cabeza, sino también sobre su vida, incluso su alma. Una imagen comenzó a formarse entre las demás que desdibujadas bailoteaban en un escenario irreal y pavoroso. Las sombras de Gótica, los edificios, los callejones infectos de miedo, odio y soledad, ahora lo rodeaban gritándole de todas partes, tratando de absorberlo, de llevarlo hacia un abismo donde solo la tristeza lo recibiría. Irreconocibles extremidades surgían de todas partes aferrándose a él, mientras con la sola fuerza de su voluntad, el Justiciero Nocturno trataba de volver a la superficie de su propia desesperación. Apenas podía moverse, siquiera podía dominar la ventisca de pensamientos que lo atormentaba. Por fin, en medio de la locura, pudo gritar:

          - ¡No puedo salvarlos a todos! ¡No puedo salvarlos a todos!

         Comenzó a correr, sin rumbo, solo correr, huyendo de no sabía qué ni hacia dónde. El camino de repente se elevó como una escalera y en cada peldaño lo esperaba la figura burlona de alguno de sus mortales enemigos. En el primer escalón Matadero, en el segundo Hugo Strange, en el tercero Man-Bat, en el quinto El Idiota, y así subiendo, como escalando en peligrosidad; ya en los últimos peldaños, Rash Al Ghul, Pingüino, Dos Caras, Scarface, Bane, Espantapájaros, Guasón, hasta llegar a la cumbre donde un trono aparentemente vacío llenaba todo el espacio. Ya cansado, cayó de rodillas. Una voz surgió del trono, donde ahora aparecía la extraña silueta de un ser hecho de oscuridad, apenas dos hilillos de mortecina luz se contemplaban en lo que parecía el rostro de la figura:

         -¡Es cierto, -dijo- no puedes salvarlos a todos!

         Y cayó por una grieta, como si se tratase de un pozo infinito donde no había nada de qué asirse, precipitándose hacia lo desconocido, hacia una dimensión tan profunda que acabó por perder la conciencia. De pronto, despertó en un callejón, sí… aquel callejón… pero esta vez, había un cambio, una variación siniestra que lo paralizó. Sus padres, de rodillas y gimiendo, se inclinaban ante una sombra, una oscuridad que parecía mirarles con repulsiva superioridad.

Dos formas aparecieron tambaleándose, acercándose hacia él; apenas a unos centímetros, reconoció, destrozados, a Alfred y Robin, pidiendo ayuda:

- ¡Sálvanos, sálvanos!

- No puedo, no puedo.
         Sus débiles trazos se disolvieron en la espesa niebla que lo rodeaba, donde voces lejanas parecían gemir rogando por una ayuda que no podía llegar.

Fue en ese momento cuando sus padres le hablaron:

         - Y a nosotros, hijo ¿podrás salvarnos?

         La Cosa comenzó a crecer rodeándolos, casi engulléndolos, como si pudiera devorarles no solo en su carne si no en su propia existencia
         - ¿Cómo los salvo? ¿cómo los ayudo?

         - Hijo mío -dijo lo que apenas parecía ser su padre- no nos dejes, sálvanos del… Monstruo.

         - ¡No, a ellos no! ¡No!

         Su propio grito lo sacó del sueño. Sudaba abundantemente.

  
       Con el índice y el pulgar apretó la comisura de sus ojos. Respiró hondo y profundo. Se volvió para pulsar el botón de llamada de Alfred, cuando… lo vio. Justo en medio de la cueva, a unos pocos metros del bat-móvil, el horrible ser hecho de oscuridad se erguía con espeluznante triunfo. Sin pensarlo, Batman reaccionó lanzándole un par de shuriken que sencillamente atravesaron al espantoso visitante.

- ¿En serio crees, que tus pobres juguetes pueden dañarme?

Y la Bestia avanzó hacia el defensor de Gótica, como si se deslizara por el aire.

- Ven conmigo, Señor Nocturno, yo te daré lo que tu corazón siempre ha deseado, yo puedo devolverte a tus padres.

         El Hombre Murciélago comenzó a lanzarle todo lo que tenía a mano, mientras el Monstruo avanzaba sin ser detenido. Una risilla repulsiva salía de lo que parecía ser su boca, llenando los ecos más profundo de la cueva, llegando hasta el fondo del alma del defensor. En un arranque de desesperación, Batman le arrojó la cruz de colgar que le había obsequiado el padre Libby, y solo entonces, el monstruo dio un fuerte rugido desvaneciéndose entre chillidos nauseabundos , y…

Bruno Díaz despertó inquieto en su cama, temblando, con la boca seca y un fuerte dolor de cabeza.

- Todo no fue más que una pesadilla. Una horrible pesadilla.

Se incorporó y llamó al fámulo:

         - ¿Le sirvo el desayuno, señor? – preguntó Alfred.


         - Prepara el carro, viejo amigo, vamos a Empresas Díaz. Ya sé cómo combatir a La Bestia.

Continuará...