lunes, 22 de febrero de 2016

DUELO DE SOMBRAS

Anfitrión: El siniestro Doctor Mortis


DUELO 

DE SOMBRAS






En el siguiente cuento largo, pertenece a un colaborador de la Quinta Anormal quien desea homenajear a dos de sus personajes de cómic favoritos: Su Servidor, el terrible  Mortis, y el  justiciero conocido como Batman. A ver  qué  les  parece.


I

         No fue sino hasta el tercer intento que el Hombre  Murciélago recordó  el detalle que lo explicaba todo: era el día libre de Alfred, así que por más que llamara no llegaría hasta él aquel aromático tazón de chocolate que a esa hora le devolvía la fe en la  humanidad. Desde pequeño, cuando el oscuro recuerdo de  la muerte de sus padres le atormentaba los pocos momentos de  alegría, siempre  fue el gentil Alfred quien le acercó el único lenitivo que había encontrado para su tristeza: chocolate caliente, humeante y espeso, llevado, eso sí, en la bruñida charola de plata sostenida por las siempre firmes manos de fámulo.  En todo ese acto, había algo de ritual, una especie de ceremonia que le devolvía al encapotado la sensación de que todo estaba  bien, de que todo valía la pena.

         Volvió, pues, al teclado insertando los datos que esperaba, ayudado por su  gigantesco ordenador, le dieran la respuesta o por lo menos alguna pista de los  últimos crímenes que Gotham sufría.  La desaparición sistemática de pordioseros y habitantes de la calle, lo tenían intranquilo, además sólo a él le preocupaban. La  policía no movía un dedo por ellos, y la verdad, no podía culparlos, la última fuga de Arkham los tenía a todos movilizados buscando a Croc y a Hiedra Venenosa por todo lo ancho de la gigantesca  ciudad.  Al menos, Jóker no logró huir, aunque costara la vida del enfermero Al Gumer.  Batman debió pasarse varios días y sus  noches tratando de hallar las pistas de su localización, sin embargo, como Gordon le hizo notar, los dos tenían la mala costumbre, como las epidemias, de desaparecer un rato para volver más locos y letales que nunca. Encontrarlos sería muy difícil. Por lo menos, por ahora,  no había más muertos.
        
         Pero la desaparición de los callejeros lo tenía preocupado, porque no era producto de una violenta banda de pirados que sólo buscaba desquitarse con los débiles y prescindibles hijos de la calle. No, había algo siniestro, algo perturbador  en todo, como si detrás de las sombras de los callejones, más allá de las alargadas y sombrías columnas de los igualmente oscuros edificios de Gotham, existiese algo  aún  más tenebroso, algo tan horrible y poderoso como inteligente y hambriento.
        
         Desde que todo comenzó ya habían pasado tres meses y un total de 80 desaparecidos le anunciaba la llegada de un nuevo mal, de un terror para el que debía prepararse y del que hasta ahora, no sabía nada. Ni enfermedad, ni culto satánico,  ni loco asesino o siquiera algún científico en busca de sujetos de prueba.  El modus operandi era distinto, y tan sigiloso y astuto que sólo él,  y los mismos callejeros, se percataban que algo no iba  bien. 

         Ochenta desaparecidos y ningún rastro.


II
         Aquella  noche  salió solo, Robin tenía un examen mañana así que lo mejor era ponerse de lleno al estudio. El chico era capaz, pero las salidas nocturnas lo estaban venciendo. Ya vería cómo hacer lo necesario para ayudarlo.

         La noche, siempre fría y amenazadora, traía esta vez un tufillo a muerte que le crispó los nervios. Definitivamente, algo iba mal,  muy mal.  La característica neblina de Gotham,  espesa y llena de sabores marinos, a la que ya todos estaban acostumbrados, se sentía diferente.  No parecía venir del oscuro mar que rodea a la más aterradora ciudad del mundo, no, esta vez parecía venir de las alcantarillas,  pegajosa y putrefacta, como si se tratara de un animal reptante que busca a quien devorar. ¿En qué momento se formó esta locura que él no tuvo tiempo para percatarse? ¿Acaso los últimos acontecimientos no fueron sino distracciones? La fuga de Arkham, el asesinato de Louis Chance, el rapto de Alice Baker ¿Es que tal vez…

         Algo llamó su atención. A pesar de estar sobre uno más de los altos rascacielos de Gotham, su entrenada visión lo llevó a reparar en una extraña escena en uno de los callejones. Un pordiosero, un hijo de la calle, arrodillado y gimiendo de cara a una mugrienta pared, parecía sollozar una especie  de  oración.  Dando un salto se acercó sin ser notado quedando a pocos metros de altura. Ajustó su audífono y pudo escuchar:

         - ¡Elígeme, Maestro, elígeme! Esta vez no fallaré, por favor,  no me rechaces,  esta vez no tendré  miedo… ¡Elígeme, Maestro, elígeme!

         ¿A  quién podría ir dirigida esa petición? ¿Maestro? ¿Pero de quién diablos…
        
         - Maestro, ya no tengo miedo, puedo demostrarlo, estarás complacido… déjame  volver… elígeme… ¡óyeme, Maestro, acéptame!

         El sujeto debía estar tan borracho que hacía oraciones hacia la pared ¡Vaya lugar para encontrar aceptación! El Hombre murciélago consideró que lo más correcto era dejar solo al callejero con sus desvaríos religiosos.

-          Te lo demostraré, Maestro, mira, mira de lo que soy capaz…

         Fue cuando Batman se disponía a buscar nuevos desafíos cuando se dio cuenta de lo que pasaba. El pordiosero sacó de su ropa un afilado trozo de vidrio y alzándolo gritó:

         - ¡Por ti, Maestro!

          Y ante sus ojos llenos de espanto, Batman vio cómo el sujeto se abría el cuello de lado a lado derramando chorros de oscura sangre, manchando todo a  su alrededor. El poderoso cuerpo del justiciero reaccionó antes que su razón  lanzándose en ayuda del callejero. Trató en vano de tapar las heridas del desdichado, pero ya  la vida había huido de él. Ahogado en su propia sangre sólo repetía:

-          ¡Acéptame, Maestro, soy digno,  soy digno…!

         A pesar de los esfuerzos del justiciero, la vida del vagabundo se le fue entre los chorros de sangre negra y tibia que surgía de su convulso interior. Llamó  al  centro de asistencia más cercano y en pocos minutos estuvieron en la escena para solo señalar lo evidente,  muerte por desangramiento a causa de una herida que  le  desgarró  el cuello.
         - No podías hacer nada, Bat –dijo el paramédico tratando de dar ánimo al Caballero Nocturno- estos tipos ni saben que están vivos, para ellos no hay diferencia  entre vivir  o morir. Después de todo, no puedes salvarlos  a  todos…
       
  Tras la máscara, los ojos del Hombre Murciélago se abrieron llenos de espanto. Lanzó su gancho a una antena y se perdió en la penumbra de un edificio. Ya  comenzaba a amanecer.   


III
         “No puedes  salvarlos  a  todos”.
       
  Despertó sobresaltado. Miró el reloj. Apenas  3 horas. Trató de volver  a dormir, Pero después de un rato de vueltas de un lado a otro, incluso de un somnífero suave, decidió incorporarse y volver a la cueva para proseguir su  investigación. Alfred ya estaba de vuelta  así que podía dejar de  preocuparse de su sobrevivencia en la enorme Mansión Wayne.
       
  - ¿Le  llevo el desayuno, señor? – aquellas  palabras siempre lo animaban.
      
   - Por favor, Alfred. No olvides…
  
       - Sí, lo sé: el chocolate.
       
El amo de la casa retribuyó al fámulo con una sonrisa. El viejo sirviente, experimentado y astuto, reconoció el gesto cuyo significado jamás se atrevería a discutir: “Haz tu magia, viejo amigo, algo anda muy mal”.  Fue de inmediato a  la  cocina.

         El Caballero Oscuro se perdió  en la lobreguez de su escondite buscando información que pudiera ayudarle: Partes policíacos, extrañas llamadas al 911, secuestros, amenazas, algo que  le  dijera  qué  estaba  pasando.

         “No puedes salvarlos a todos, Bat”, “No puedes salvarlos a todos”.

         Como una cancioncilla incómoda, las palabras del oficial resonaban en su cabeza desenfocándolo, distrayéndolo, como una porquería de pájaro en el parabrisas justo en tu ángulo de  visión. Está  allí y mientras  conduces no puedes pararte a limpiarla.

         Trató de abordar el problema desde  otra  perspectiva. ¿Maestro? ¿A quién  puñetas le estaba hablando el pordiosero? Los sujetos con ritos estaban bien  clasificados en Gotham, y ninguno hacía que sus miembros  se cortaran el cuello, no era precisamente bueno para los negocios que tu feligresía disminuyera. Entonces ¿a quién le dirigía tan extraña petición? “Elígeme, Elígeme”  ¿A quién?

         Se hallaba en tales meditaciones cuando una señal de alarma lo sacó de su  abstracción. Trataban de comunicarse con él y por  un canal  muy exclusivo. Sólo unos pocos lo conocían: Robin, Jon Jonzz, Étrigan y…

         - ¡Rash Al Ghul! –dijo el Hombre Murciélago cuando contempló el rostro que se presentó en el monitor- ¿Qué quieres?

         - No pude llamarte antes, Detective, no… no … pude…  - ¿Qué estaba  pasando? Rash tartamudeaba ¿de miedo? – Pronto, dime, ¿Ha habido desapariciones extrañas en tu ciudad,  de  tipos de la  calle  a los que  a  nadie  le  importan? ¡Pronto,  dímelo!

         - ¿Estás  tú detrás de  todo esto, Rash? No  es  tu estilo, ¿de  qué se  trata?

         - No, Detective, no soy yo, escucha… atentamente,  por  favor… sólo escucha – la voz de su archienemigo, sonaba presa de un incontenible delirio, de una inquietud que venía de demonios a los que su inmortalidad no podía enfrentarse. Sus ojos estaban claramente cubiertos de un cansancio abrumador, como si llevara varias noches  sin dormir; su fisonomía había cambiado, ya no era el frío señor de una de las organizaciones criminales más mortíferas del planeta, no, apenas era la sombra de todo aquello –No, no, sólo escucha…

         - ¿A qué  estás  jugando, Rash?

         - ¡No  estoy jugando! ¡Trato de  advertirte! Un mal… un mal tan horrible…un mal…
        
         Batman supo que Al Ghul no estaba jugando, que no lo engañaba y que, lo peor de  todo, estaba aterrorizado.

         - ¡Habla, pues!

         Rash Al Ghul, hizo un gesto de  tratar de calmarse, inclinó un momento la cabeza  y luego comenzó:

         -Hace unas semanas, la Liga de las Sombras recibió una señal proveniente de un rincón del océano Pacífico, de los archipiélagos del sur de Chile. No le di mucha importancia hasta que pudimos descifrar la señal. Detective, era una  advertencia enviada en clave a todos  los rincones de la Tierra por la organización más espantosa difundida por todo el mundo: La Cofradía.

         - La conozco, pero no sé  mucho. Su líder murió hace  más de 50 años…
        
         - No, no, Detective, no es cierto, su… líder,  como tú le llamas… no murió… no… puede  morir… yo lo sé… lo conocí hace… ¡más  de  200 años! 

         - ¿Conoce también el Pozo de Lázaro?

         - No,  no, lo único que puedo decirte es que es un “ser” terrible, brutal y créeme  que  su antigüedad  es mucho mayor que la mía.

         La evidente ansiedad en la voz de La Cabeza del Demonio inquietó aún más al encapotado.

         - Cálmate, Rash, concéntrate. ¿Qué más tienes que decirme?

         - Este  ser se alimenta de los  más  desvalidos, de los que nadie  añora. Los envenena de soledad y  luego los convierte en sus sirvientes.  Lo sé porque… yo…yo  mismo fui uno  de  ellos… ¡Y ahora viene por mí!

         - ¡Dime su nombre! ¡Cómo es! ¡Cómo lo encuentro!

         - Sigue  el rastro de desapariciones.  La muerte es la señal de su presencia, y tu ciudad, Detective, atrae a la muerte.

         - ¡¡Dime más, Rash!!

         - No tengo tiempo. La Cofradía viene por mí y los  míos, debo huir y pensar qué hacer.

         - ¡Quiero más información!

         La  voz de la Cabeza del Demonio se calmó unos segundos para alcanzar a decir:

         - Hay quien le conoció aún más de cerca. Pregunta a… ¡¡¡ Vándalo-Salvaje!!! Dile que la Bestia se ha liberado, dile que el “Maestro” ha vuelto.

         La comunicación se cortó.




IV

“¡El Maestro ha  vuelto!”

         El viaje hasta Metrópolis fue apenas de una hora gracias al bat-jet. Sin embargo, la dificultad de escabullirse en una prisión de alta seguridad requería más tiempo. En efecto, en las instalaciones de Cadmus, el criminal conocido como Vándalo-Salvaje cumplía condena  por tiempo indeterminado. Su caso era especial ya que el asesino de más de 400 personas en el último siglo resultaba ser “inmortal”.

         En la Liga conocían muy bien su historia, más bien,  su muy larga historia, cuyos orígenes se remontaban al neolítico, cuando un meteoro cayó cerca de la aldea donde vivía. Todos tuvieron miedo, pero él sintió el penetrante calor de la piedra espacial, se dejó llevar por el colorido resplandor que emanaba y se quedó dormido junto a la roca sideral. La radiación del meteoro lo modificó de tal manera que no sólo le dio inmortalidad, sino una  inteligencia privilegiada.

         Batman saboteó los monitores de vigilancia, desconectó las alarmas y extrajo las  diferentes claves de las puertas que permitían el acceso al prisionero. Como de costumbre, Vándalo-Salvaje leía,  con el exceso de energía en su cuerpo, no  requería dormir.

         - ¡Vándalo! –la oscura voz del Hombre Murciélago sacó de su lectura al criminal.

         - ¡Vaya, Batman, qué agradable  sorpresa! A estas horas no puedo charlar  con nadie así que tu visita…

         - No vengo a hacer vida social,  tengo un asunto importante.

         Vándalo-Salvaje, como era su costumbre, mezclaba en cada palabra una porción de afectada cortesía y declarada burla. Su desprecio por las circunstancias, considerando el contexto de su inmortalidad, lo llevó siempre a sentirse por encima de todos sus  adversarios.

         - ¡Qué modales, Bat, y yo que siempre te he considerado el James Bond de los superhéroes! A ver,  ¿qué puede ser tan importante que te obligó a venir hasta aquí, a estas horas, para interrogarme? Por pura curiosidad estoy dispuesto a ayudarte. ¿De qué se trata?

         - Rash Al Ghul me aseguró que tú poseías información sobre algunas desapariciones en Gotham.

         - ¿Rash Al Ghul? ¡Hace siglos, literalmente, que no sé de él! ¿Y qué puedo saber yo de  unos desaparecidos en tu ciudad? Gotham es tan… poco elegante.

         El inmortal le dio la espalda al justiciero y dijo con desinterés:

         -Me temo que te han jugado una broma, Bat, no tengo nada que ver. ¡Qué decepción!

         - Dijo otra cosa.

         Todavía de espaldas al encapotado,  el criminal hizo un gesto con la mano señalando que se fuera y añadió:  

         - Lo que tengas que decir no me interesa.

         - Rash dijo que la Bestia se había liberado, que el Maestro había vuelto.

         Vándalo-Salvaje se quedó unos segundos en silencio. Batman sopesaba el impacto de sus palabras. De pronto, incluso sorprendiendo al Caballero Oscuro,  el inmortal se volteó. Su rostro mostraba una expresión indescifrable:

         - Repítelo, Bat, por favor, repítelo, me temo que no escuché bien.


         - Oíste bien, Vándalo: “El Maestro ha vuelto”.


         El criminal cerró los ojos, suspiró profundo y luego miró al Hombre Murciélago. El rostro del siempre soberbio y displicente Vándalo-Salvaje, criminal histórico con tantas muertes en su espalda que no eran posible de contar, mostró de pronto el peso de una tristeza infinita, de un dolor tan amargo y profundo, que el mismo justiciero se estremeció.
        
         El inmortal se acomodó cansado en su silla, puso los codos sobre sus muslos y juntó sus manos. Por unos segundos inclinó el rostro y cerró los ojos. Enseguida, miró al Gladiador  Nocturno, y comenzó su relato:
   
         -Haz de saber que la historia que estoy a punto de contarte es real, tan espantosamente real, que sólo en este caso odio el don que se me ha dado, esta imposibilidad de morir,  ya que, con brutal claridad recuerdo cada detalle, cada repulsivo minuto como si acabara de  vivirlo. Mi historia comienza  en los  lejanos  tiempos de la Hélade, en los  turbulentos años de la dominación romana.  Por  favor, Batman, no estoy jugando,  no estoy ganando tiempo, no estoy  dándote  pistas  falsas, esta vez creo que puedes  juzgar  por ti mismo, pues  no hay ni burla  o sarcasmo en mis palabras, sólo horror, uno más allá de lo que mi propia imaginación pudiera concebir, y ya que ahora vienes con las peores  noticias  que  podía recibir, me queda claro que mi inmortalidad pronto se  convertirá  en una pesadilla, una maldición porque Él ha vuelto.  

         “Como dije, lo conocí en la antigua Hélade. Su nombre era Mitros, padre hechicero de la escuela de Tebas, llegado a la vieja Atenas con algunos discípulos, extraños discípulos que, según se decía, eran penitentes que habían hallado la paz del arrepentimiento y habían decidido servir a su maestro. Mitros se llamaba a sí mismo “filósofo”, “geómetra” incluso “médico”, y por cierto que muchas sanaciones se debieron a su intervención, pero lo que me llevó a verle fue que incluso se decía que podía eludir el aguijón inexorable de la muerte. Sí,  Batman, Mitros podía vencer a la muerte, cosa en lo personal que no me parecía tan   descabellado, sin embargo,  además, podía traerte de vuelta de la región oscura del Hades. Fue así que me acerqué a su escuela con una clara intención, pagar por sus servicios ya que  yo lo necesitaba. Sí, ya  lo sé,  no podrás  imaginarme haciendo algo desinteresado, altruista, o simplemente caritativo, y tienes razón, mis  intenciones no eran limpias pues, más allá de lo aparente fue el egoísmo lo que me llevó una noche a tratar con Mitros. Ya que sólo él, por lo que se  hablaba, podía devolverme a mi amada… esposa. Sí,  mi esposa. Y créeme que he tenido muchas, pero ella, Alia, todavía hace temblar de emoción mi petrificado espíritu. Imagínate mi desesperación en aquel momento, pues apenas unos días, había muerto de una rara enfermedad. En sólo tres meses de verla consumirse, la perdí, según yo creía,  para siempre.

         “Aquella tarde me acerqué a Mitros y le hablé de Alia. Él me escuchó atentamente, con un respeto odioso, podría decir, casi humillante, como si se burlase de mí, como si lo supiera todo, como si todos mis secretos se le hubiesen velado desde hacía siempre,  incluso antes de mi propia transformación.  Me dijo que podía ayudarme, que tenía lo que necesitaba, pero que, como todo en este mundo requería un pago que, tal vez,  yo  lo considerara excesivo. Le aseguré que con tal de recuperar a mi esposa sería capaz de lo que fuera, estaba dispuesto incluso a someterme a la esclavitud si eso me  permitía estrechar entre mis brazos a mi mujer. Recuerdo su sonrisa, repulsiva y aterradora, chocante incluso para un hombre como yo, que en miles de años, ha visto de todo. Comprendí que aquel ser, pues no me quedó duda que humano no era, estaba a la altura de mis requerimientos, pero que, también, sabía que algo horrible iba a pedirme.  Presentí que una espantosa pesadilla estaba a punto  de cubrirme,  una mancha que de la que no podría librarme fácilmente. Sin embargo, estaba loco de amor y en ese instante hubiera  hecho lo que fuera por tener a mi Alia de vuelta. No sé si has amado alguna vez, Batman, porque sólo así podrías comprender mi ansiedad y mi deseo, la total locura que me llevó a aceptar los términos de  aquella cosa con rostro humano.

         “Mitros, a quien desde entonces comencé a llamar “Maestro”, me citó para dos noches más, en la puerta de su escuela. Uno de sus sirvientes me dejó entrar y me llevó por oscuras escaleras apenas alumbradas por una lámpara de aceite  sostenida por el silencioso guía. De pronto, entre más me sumergía en las  profundidades del insospechado recinto, comencé a escuchar, desde una lejanía que no pude precisar, escalofriantes gritos de víctimas inconfundiblemente humanas, misma que, debo agregar, eran de sujetos de muchas edades y de ambos géneros. Aquellos terribles alaridos lograron estremecerme. He oído en mi larga  vida cientos de gritos, el del guerrero que se lanza hacia la muerte segura, el del esclavo que busca la piedad de su amo, el del  traidor  torturado por su felonía,   incluso el del animal que acompaña a locura del instinto… pero lo que allí escuché va más allá de mi propia tolerancia al mal,  más allá de la oscuridad que habita en mi corrompido espíritu.  Las pesadillas que aquellos días viví, aún se repiten.

         “Pronto llegamos a un cuarto iluminado por mortecinas antorchas que  más bien me hicieron adivinar el escenario que me traería a mi querida Alia. Había en aquella estancia una especie de altar junto a la efigie de un horripilante ídolo, dos  figuras humanas, seguramente de acólitos del maestro y el mismo Mitros inclinado en aparente oración frente al ídolo cuya imagen me resultaba  desconocida. Sobre el altar se hallaba el cuerpo sin vida de mi esposa. Me acerqué  para comprobar su estado, que,  para  mi impresión, no estaba  mancillado por  la  putrefacción, no se hallaba desfigurado por la natural corrupción de los cuerpos, no, todavía se mostraba  aquella dulzura que apaciguó por los años que la tuve,  el fuego destructivo que siempre me ha dominado. Alia, la más bella flor de Tracia, la más delicada de todas las mujeres que había encontrado y que luego hallé en este desventurado paseo por  esta vida que se niega  a dejarme  ir.

         - “¿Estás listo? – la voz de Mitros me llegó como de un mundo tan lejano como lo es la muerte para mí.

         - “¿Qué debo dar a cambio? ¿Cuál  es el precio que debo pagar, oh Maestro?
El médico me  miró con desprecio y musitó:
        
         -“Tu sangre, hijo  mío, tu sangre, que es distinta a la de los demás. Tu carne que no puede morir; tus huesos que son más firmes que el tiempo, tu corazón, que posee más vida de la que puede vivirse. Eso es lo que quiero ¡Libremente debes ofrecerla!

         - “¿A qué dios debo ofrendar mi cuerpo?

         - “En estas áticas latitudes, su nombre todavía no se pronuncia, ¡Báfomet lo llaman de dónde yo vengo!

         - “¿Vienes del  Hades? ¿Eres acaso un demonio?

         Su mirada, aterradoramente vacía, me dijo que ninguna de mis preguntas tendrían respuesta, porque no las había. Mitros estaba por encima de mis pobres alucinaciones de comprensión.

         - “Estoy listo para dar lo que sea de mí para que mi traigas de vuelta a mi esposa.


         “Sin más preámbulo comenzó la operación, pues, totalmente  distinto a lo que imaginé, no se trató de hechizos, sortilegios o palabras de imposible pronunciación, todo fue, como se diría hoy, totalmente quirúrgico. Me sujetaron a unas cadenas y de allí comenzó el proceso que me trae más espanto que cualquier otra cosa. Aunque no muero, sí siento el dolor de cada rasguño, de cada herida que muerde mi carne. Lo que Mitros mostró aquella noche la más espantosa  demostración de crueldad, porque, no hubo otra fijación en toda su operación que  la de extraer mi sangre, gota a gota, grito tras grito, súplica tras súplica. Sí, Batman, mi cuerpo regeneraba el fluido vital regularidad y velocidad imposible  para cualquier ser humano,  lo que para el monstruo que tenía delante era  una  oportunidad  de  investigación y prueba.

         “Sí, amigo mío, ese monstruo, por tres días y sus noches, me sometió  a  todos los venenos, a todos los medios de tortura, a todas las  locuras imaginables  y posibles para aquella época con el fin de probar la efectividad de las mismas. Mi sangre ya había llenado varios cubos y, para el gozo de Mitros, no se coagulaba  como la normal, así que era posible de usar para fines inimaginables. En un momento, sencillamente,  perdí el sentido por la  fatiga  y el dolor.

         “Así, llegado el cuarto día, recuperado ya por fin de las infinitas torturas a las que  fui  sometido, el oscuro médico me  condujo  a  una  recámara  donde, según  él, estaría mi recompensa, el objeto preciado por  el que  había  dado literalmente  mi sangre. Cuando llegamos al sitio, pude  ver  la  figura de  una  mujer de pie mirando hacia un muro, vestida con delicada tela blanca, ceñida a su figura, la  reconocí de inmediato ¡Alia, por fin, mi amada! Corrí hacia ella, la tomé de sus  hombros para voltearla y gozar de sus besos, la emoción embargaba mi corazón, los innúmeros dolores y sufrimientos valieron cada grito, cada gemido, cada  desgarro. Y la vi, sí era ella, hermosa, joven, blanca, pero… no alegre, no despierta, no viva. Pensé que sólo sería producto del momento, del  trauma  entendible  de  volver  de  la  muerte y del método indescriptible que usó Mitros  para  traerla.

         -“ ¡He cumplido! – le  grité al  hechicero.
         -“¡Yo también! ¡Llévatela, ahora  es toda  tuya!

         “Y la llevé a nuestro hogar donde pensé que la felicidad  volvería a  reinar. No voy a aburrirte con los detalles, Batman, así que seré breve en el horror que sobrevino. Ni apenas pasado un día, comencé a notar la gran diferencia que había con mi antigua Alia. Este ser que tenía en mi casa, porque humana no era, comenzó de inmediato a hacerme la vida imposible. Tenía continuos ataques de ira, destruía todo, luego se apaciguaba para quedar en un letargo profundo del que salía solo para volver a su locura. Me  percaté que  solía calmarse luego de  ingerir  alimentos, especialmente  carne fresca, y mejor si estaba casi cruda. Le suministré  este manjar y  fue  calmándose hasta casi dominarse por completo.
        

         “Sin embargo, a los días, su hambre se hizo más intensa y exigente, ya no sólo se conformaba con devorar la carne sino que ahora debía matar ella misma a la pobre bestia de turno. Y así, ante mis ojos la vi masticar el cuello de un corderillo joven devorando sus miembros y bebiendo con fruición la tibia sangre. Luego volvía a la cama donde descansaba para despertar con un hambre aún más salvaje. Una noche volví a mi cuarto luego de la meditación, descubrí que  Alia no dormía en nuestro lecho. Salí a buscarla y sólo después algunas horas, antes  que saliera el sol, la encontré en la necrópolis, de rodillas, sucia, desesperada, devorando los restos de un cadáver. Me miró primero con odio, como la bestia que intenta proteger su alimento, luego, cuando me reconoció, volvió a su  repugnante tarea. Entonces lo supe. Alia  con el tiempo no  se conformaría con los meros cuerpos sin vida de otros seres humanos, luego los querría vivos, y cada  vez en mayor  cantidad. ¿Cómo poder satisfacer un voracidad  como esa? ¿Cómo soportar el dolor de verla consumida por una necesidad insaciable, por una  angustia que jamás cesa? Fue entonces cuando lo decidí  y allí mientras ella rascaba la tierra desesperada por encontrar más, con una roca le di tal golpe que su cabeza se abrió de inmediato. Se retorció unos momentos y luego quedó inmóvil, sin vida.

         “La llevé a las afueras de la ciudad y quemé sus restos. Con sus cenizas también se iba mi corazón, el último vestigio de humanidad que aún conservaba. Huí de Atenas e  inicié la vida que  ya conoces.

         - ¿Qué fue de Mitros?

         - Al principio traté de hallarlo para vengarme ya que en estricto rigor no me  había devuelto a mi Alia, sino una cosa enferma a la que nunca sentí como humana. Supe que había cerrado su escuela y regresado a Egipto donde  poseía multitud de seguidores. Encontrarlo no era fácil, así que tuve  una  doble  agenda, iniciar un plan de conquista territorial, y acabar con ese demonio donde  estuviera.

         - ¿Lograste  encontrarlo?
        

         - Sí, ¡después de 500 años, en Antioquía! 

                                                                                                                      Continuará...

domingo, 21 de febrero de 2016

EL PARAÍSO PERDIDO

Anfitrión: Infinata

EL PARAÍSO PERDIDO

John Milton

Gustav Doré



En esta  ocasión les  presento un interesante  post  escrito por  un colaborador de  la Quinta  Anormal espero que  sea  de  vuestro agrado.


En  la  época del liceo, allá en los años  ochenta, con  Michael Jackson  y Yazoo sonando por todas partes, justo  en esa época  de ciertas  superficialidades, época de gremlins y misiles nucleares, fue  en ese contexto cuando un estimado compañero de curso, Wladimir  Orrego, me  agenció la edición de un libro cuyo título me lo dijo todo: “El Paraíso Perdido” de  John Milton. El texto me fascinó, aunque no pude leerlo por  completo, sin embargo, quien hizo las delicias de su lectura nocturna  fue  mi padre quien lo devoró en poco tiempo.


Esta edición, tenía un plus, diría más bien que un “tremendo” plus, a saber, que el texto estaba acompañado por las bellísimas y potentes ilustraciones de Gustav Doré


John Milton (1608- 1674) fue un poeta, político, teólogo y predicador inglés. Junto con ser uno de los intelectuales más importantes de su época, Milton fue  un religioso convencido, cercano al puritanismo del que se nutrió para escribir esta bella obra “El Paraíso Perdido” donde el protagonista es nada  menos que Satanás, el Adversario.


Su intención es mostrar que detrás de los sufrimientos, de aquella incomprensible actitud de Dios de permitir el mal, hay un motivo más  grande que sólo con el correr de los años y hasta de los siglos, se puede  vislumbrar. Reflejo de la influencia bíblica, Dios no es una mónada lejana e  indiferente como lo dibuja la filosofía, sino un Padre misericordioso que sufre junto con el ser humano.
Satanás, que quiere atacar a Dios por vía indirecta, desea que se pierdan las  criaturas recién creadas, los hombres. Satanás está marcado por el dolor, y desea que por lo menos una parte de toda su amargura toque a Dios.


Gustav Doré  (1832 – 1883) fue  un pintor, escultor, dibujante  e  ilustrador  francés. Desde  muy joven mostró su talento llegando a  publicar a tiernos  15 años. Desde allí su carrera  no tendrá  límites, siendo uno  de  los  ilustradores  más  importantes de  su época. Ligado, por  contrato, a  Inglaterra  su producción está  marcada  por los clásicos anglosajones, pero sin dejar de lado las obras  francesas e  incluso hispánicas, como su monumental trabajo  para  ilustrar “Don Quijote”.
Entre sus más logradas ilustraciones se  hallan  aquellas que hizo para “El Paraíso Perdido”, conjunto que merece  una atención especial y que  recrea con fidelidad  la fuerza y realismo  de los versos del poeta  inglés.
A continuación unos  ejemplos.


Canta, celeste Musa, la  primera desobediencia del hombre y el fruto del árbol prohibido […] Di ante  todo, ya que ni la celestial esfera ni la  profunda extensión del infierno ocultan nada a  tu vista, di qué  causa  movió a  nuestros  primeros  padres, tan favorecidos en el cielo en el feliz  estado, a separarse  de  su Creador e  incurrir en la  trasgresión de  lo único que es  estaba prohibido […] La  Infernal Serpiente. Ella  con su malicia  sutil, animada  por el odio hacia  Dios y el deseo de  venganza, tentó a  la  Madre del género humano. Por su orgullo había sido expulsada  del cielo con todo el séquito de  ángeles  rebeldes y con el auxilio  de  estos,  no bastándole  eclipsar  la  gloria de  sus  próceres, confiaba en igualarse  al Altísimo, si  Este  se  le  oponía. Para  llevar a  cabo su ambicioso proyecto contra el trono y monarquía de  Dios, movió en el cielo una guerra impía, una  lucha temeraria, que le  fue  del todo inútil. 


“Maldecido amor, o maldecido odio, que  tanto valen para  mí uno como otro, dado que es eterna mi desventura…
“Aunque  el maldito eres tú, tú mismo, que siendo árbitro de  tu voluntad, libremente  elegiste lo que hoy motiva tu justo arrepentimiento…
“¡Ah, miserable! ¿Por  dónde huiré de  aquella cólera sin fin…? O de  esta  también  infinita desesperación…
“Todos  los  caminos  me  llevan  al infierno. Pero ¡si el infierno soy yo mismo! ¡Si por  profundo que  sea  tu abismo, tengo en mi interior otro de más horrible, más  implacable, que a  todas  horas me  amenaza con devorarme! Comparado con él, este en que  padezco me parece un cielo”.

Siendo una  obra  tan  importante  se  realizan continuas  ediciones de  esta  bella  obra, cuya  lectura recomendamos totalmente.



Si deseas disfrutar de este  hermoso texto te dejamos este  link para que  lo descargues Pinche Aquí







sábado, 13 de febrero de 2016

ANTICRISTO EN LOS PORTULANOS

Anfitriona: Hildegard von Bingen


EL ANTICRISTO
EN LOS PORTULANOS DE LA EDAD MEDIA








Continuamos  con los post acerca de la presencia del Anticristo  en  la cultura occidental. Hoy  les  presento para  su reflexión un ejemplo poco conocido: El Anticristo  en los Mapamundi de  la  Baja Edad Media. Sin duda se  trata de  un tema digno  de  
¡La Quinta Anormal!


En la  Edad  Media, la  confección de mapamundi fue una de las más  importantes  misiones de  las casas de cartografía. Los viajes de  comerciantes europeos y las noticias traídas  por  el contacto con los  musulmanes,  imponían este trabajo para misioneros, intelectuales y gobernantes quienes deseaban extender  su campo de influencia más allá de  las  fronteras de Europa. Uno  de  los mapamundi más importantes de  la  época, específicamente  1375, fue el Atlas Catalán  cuya autoría se  atribuye  a la familia  judía  mallorquí de  Abraham Crespes.

Junto con  ser  una  obra de  gran belleza  e  importancia  histórica, tiene para  nosotros  un interés  particular. En efecto este mapa, constituido de 6  hojas,  presenta,  precisamente  en la  última,  una alusión al Anticristo.




En el extremo nororiental del Asia, junto al “Mare Oceanum”, sobre Qatay (China) se  divisan  los montes del Caspio como si fueran una cordillera continua y cerrada que cerca  un espacio, a su vez dividido por  otro tramo montañoso. La  explicación contenida  en el documento nos  refiere  una  importante  leyenda  que  cruza el ideario de  los  pueblos europeos:

“Montañas  del Caspio en las  que  Alejandro Magno vio árboles tan altos que sus copas tocaban las  nubes. Aquí estuvo a  punto de  morir de  no ser  por  Satanás que  lo sacó de  allí con su poder; y por sus  trazas encerró aquí a  los  tártaros Gog y Magog y para ellos mandó hacer las  dos imágenes de metal arriba  dibujadas. También  encerró aquí muy diversas gentes que no vacilan en comer  todo tipo  de  carne  cruda: de esta  gente  procederá  en Anticristo y su fin será causado por el fuego que caerá del cielo y les confundirá”

La  leyenda tuvo origen  en los  círculos de  judíos conversos lo que  permitió  al  unión de  los  elementos del A.T. como Gog y Magog, y Alejandro el Grande, y el elemento  del Anticristo, específico de la Iglesia.




Primera  figura:




Este personaje aparece mencionado en el Atlas Catalán con la leyenda de “gran señor de Gog y Magog”. Esta imagen parece representar las fuerzas  enemigas de Dios al servicio del Anticristo. El lugar geográfico no es al azar,  ya que representan, en aquel tiempo, el temor de los Tártaros (mongoles) de  quienes se tenía especial  temor.



Segunda  figura:




Propiamente tal se trata del Anticristo. Es una figura coronada, sin nimbo. A sus  pies hay personajes de diferentes estados sociales, laicos y eclesiásticos. De sus manos caen frutos  dorados, parece hacer prodigios que atraen a los demás.  Hace mención al momento  en que el Anticristo comience su actividad como falso profeta realizando actos maravillosos que  la gente identificará con milagros.
A esta  figura  lo acompaña  la siguiente leyenda:

“Anticristo. Este será criado en Goraym de  Galilea, y cuando tenga treinta años empezará a  predicar en el Jerusalén; contrariamente  a  la  verdad, proclamará que él es Cristo, hijo de Dios vivo, y se dice que reedificará el Templo”.


Desde el Atlas Catalán pasará  a  varios  otros  mapas tanto la  imagen  como la  leyenda del Anticristo y el encierro de  Magog, de  manera  que las cartas mallorquinas pasarán a  la  Escuela  Cartográfica de  Sevilla, desde  donde  incluso se  hará  una  identificación del príncipe de  Gog y Magog con la figura del Anticristo.

Para  profundizar aun más  en este  tema, recomendamos  la  monografía de Sandra Sáenz-López Pérez de  la  Universidad Complutense de  Madrid.  Pinche Aquí